¿Malos Tiempos para la Lírica? Puede...

Golpes Bajos
ya nos advirtió de ello con esa fabulosa canción que siempre formará parte de nuestra mejor herencia musical. También el poeta Bertolt Brecht, cuyo lúcido poema Schlechte Zeit für Lyrik (Malos Tiempos para la Lírica) reflexionaba -cien años atrás- sobre cómo él y su entorno vivían cada vez más acorralados...
Pero ¿y hoy? ¿Acaso no estamos ahora -igual que entonces- cada vez más cercados en demasiados aspectos? Y con respecto a la Literatura ¿realmente nos quieren hacer creer que su capacidad de nombrar lo inombrable del modo más conciso resulta innecesaria? ¿O no resulta escandaloso cómo se margina a la Lírica en particular, cuya incisiva sagacidad puede despertar la capacidad crítica de quién la lee?
Bajo el endeble argumento de que la lírica no merece ser fomentada porque no produce suficientes lectores..., se contrapone la evidencia de que precisamente la Lírica Clásica, incluso en esta mercantilizada civilización, sigue siendo capaz de remover nuestras conciencias y de educar nuestra reflexión hasta el punto de llevarnos a (re)plantear algunos de nuestros enquistados comportamientos. De modo que, por mucho que quieran silenciar la importancia del Arte, de la Cultura, de la Filosofía, de la Literatura en general o de la lírica en particular... ¡No deberíamos olvidar cuánto pueden apuntalar nuestra sociedad!
Y ésta es la razón por la que existe este blog: para reivindicar su importancia y contribuir a su divulgación.

Miriam Dauster (poetryandmore)


La caprichosa transparencia del destino

Prólogo para Golowin (J.Wassermann)

Golowin trata de cómo el ser humano intenta sobrevivir a su propia complejidad. Y de que nadie está a salvo de sorprenderse.

Con esta obra, Jakob Wassermann (1873-1934) nos ofrece un magnífico ejemplo del género de novelle alemana, enmarcada en un hecho verídico, la Revolución Rusa, que trastocará la vida de todos sus protagonistas.
Todos sabemos que, de un momento a otro, nuestra vida puede dar un giro total y absoluto: una llamada, una noticia, una decisión. Pero esta historia nos demuestra que los gestos más contundentes, más enérgicos, como los que se pueden vivir en una Revolución, quizás no siempre pueden hacernos tambalear, aunque nos obliguen a revisar nuestro asentado código de valores. Y sin embargo, Golowin nos advierte, que el gesto más comedido, la acción más sutil, nos puede transformar para siempre; nos puede mostrar un camino desconocido del que ya no sepamos regresar indemnes. No hay mayor desconcierto que el de no reconocerse a uno mismo, y así le sucede a María, el personaje principal, que cree conocerse muy bien, es luchadora y valiente, un ejemplo de superación, y a pesar de sobreponerse a un sinfín de adversidades como aristócrata en la Revolución Rusa, deberá enfrentarse, casi en el último momento y de forma inesperada, a su mayor revolución interior cuando aparece el protagonista. Un singular y refinado marinero, llamado Golowin, que la hará consciente de que la vulnerabilidad no siempre depende de lo(s) demás. Pues, por mucho que creamos conocernos, por muy seguros que nos sintamos (y más cuando echamos la vista atrás para ver cuánto hemos recorrido ya), igualmente, a pesar de todo eso, no estamos a salvo de sorprendernos. Mientras dura nuestra existencia, dura nuestro aprendizaje acerca de quiénes somos, de cuántos matices podemos llegar a albergar. Muchos de ellos desperdiciados por el miedo, por la apatía o por la ignorancia.
Así, el autor nos introduce en unos acontecimientos históricos que se iniciaron, principalmente, por un vergonzoso atraso social, que desembocó en la paradoja de ver a la aristocracia marginada por un pueblo hastiado de siglos de marginación, y que le sirven de pretexto para ofrecer una paleta llena de contrastes en la que cabe todo: lo subjetivo junto a lo imparcial, lo sabido junto a lo inesperado; asuntos, tan vitales como atemporales, marcados por la tragedia, la ironía, la soledad, el amor, la intriga, la injusticia, el erotismo, el humor, la tensión, o, incluso, por el destino y sus caprichosos acertijos. Pero todo ello, descrito con una capacidad de perspectiva sorprendente. El texto no se decanta, respeta el hecho de que el ser humano, en su forma esencial, sea impulsivo e inexplicable, al que el autor, precisamente, no intenta explicar, ni censurar, tan sólo exponer. Y esa –a mi juicio– es una de las mayores virtudes de esta obra, pues no es que el autor carezca de opinión, ni de posición ideológica, pues basta ver el acontecimiento histórico que escoge de marco, desde dónde lo cuenta o a quiénes da voz. Wassermann logra adentrarse en los recovecos de nuestra Historia reciente, y no malgasta su talento en sentenciar, ni siquiera en denunciar, sino que lo emplea para invitarnos a recapacitar; con la táctica más útil y provechosa: la de hacernos partícipes, de nuevo conscientes, de que en cualquier circunstancia histórica, urge estar atento, pues quizás sí podríamos hacer algo. 

Wassermann, que murió en el exilio huyendo de los nazis, sabía muy bien lo que significaba poseer rasgos supuestamente antagónicos. Él representó uno de los mejores ejemplos —también literariamente— de lo que supuso ser un judío-alemán, o un alemán-judío, como una sola condición indisoluble, aunque para muchos —siempre demasiados— fueran aspectos incompatibles. Cuando, el ser alemán y bajo, o judío y alto, es igualmente indisoluble, e intentar desprenderse de una de las partes es inútil y absurdo. Él fue uno de los autores junto a Heinrich Mann, Erich Kästner, E. M. Remarque, o K. Tucholksky a los que se les acusó de ‘espíritu anti-alemán’ y cuyos libros fueron quemados públicamente el 10 de mayo de 1933. Quizás por ello, a pesar de que Wassermann escribió Golowin en 1920 ya en su madurez (un año antes de su biografía Mein Weg als Deutscher und Jude (Mi camino como alemán y judío), la escena que describe en esta novelle, de los fugitivos en el vagón del ganado, encoge el corazón, pues —con esa inquietante capacidad premonitoria de algunos escritores— avanza, con una precisión que quita el aliento, lo sufrido por los judíos en los trenes de la muerte bastantes años después. Por otro lado, el personaje de Golowin también se inspira en una persona real: Fjodor Alexeijewitsch Golowin (1650-1706), que fue un importante oficial ruso, culto, que hablaba con fluidez el latín y el inglés, y que marcó el inicio, a finales del siglo XVII, de las relaciones de China con los países occidentales.
Georg Steiner nos invita a meditar sobre si «¿hay algo en lo que decimos?» Puede decirse que, gracias a escritores como Wassermann, no hay la menor duda. La cuestión es, ¿qué se dice, y para qué? O ¿cuánto significado hay en lo que decimos? Si tenemos en cuenta, que las traducciones al castellano de las obras de Wassermann hasta la fecha han sido, en muchos casos, sospechosas simplificaciones, inexplicables reinterpretaciones o, incluso, atroces mutilaciones, pues del profundo peso que contenían sus palabras, de la solidez de su narrativa, de las peculiaridades de su estilo, quedaba poco. Esta edición supone una oportunidad de (re)descubrir y reivindicar a este escritor contemporáneo de Nietzche, H. v. Hoffmanstahl, Schnitzler, Rilke, K. Kraus, Thomas Mann, H. Hesse, o Robert Musil, entre otros, con los que además de amistad, compartió, en cierto modo, la reacción contra el Naturalismo, en la idea de que la literatura no debía ser una mera imitación de la realidad, sino mucho más: que podía ofrecer una nueva sensibilidad, pura expresión de espíritu. Así, sin excluir el enunciado social, muy presente en los años veinte del siglo XX literario alemán con la Neue Sachlickeit (Nuevo Objetivismo) que, por ejemplo, se proponía desenmascarar los procesos sociales, la prosa de Wassermann destaca, especialmente, por la valoración subjetiva, la imaginería simbolista y por sus modos de presentar el discurso que, aquí en Golowin, irán sorprendiendo una y otra vez al lector con, por ejemplo, la ausencia deliberada de nexos, la insistencia de determinadas figuras de repetición en contraste con la incesante supresión de palabras —incluso de verbos— que en cualquier otro texto se antojarían imprescindibles, la mezcla tiempos narrativos que oscilan desde el pasado remoto al presente en una misma frase, o algunos flujos de conciencia en los que queda patente la libertad creadora de este escritor alemán, que se atrevía a forzar de tal modo la estructura narrativa en un texto realista que algunos críticos llegaron a reprocharle falta de disciplina. Pero Wassermann siempre fue por libre, tanto experimentando con la forma, como tratando el contenido; abordando desde ángulos impredecibles sus temas recurrentes a lo largo de su vasta producción literaria, temas tales como el conflicto generacional, las injusticias sociales, la vulnerabilidad del sistema, la condición de apátrida o la marginalidad; temas todos éstos, que de uno u otro modo, aparecen en esta magnífica obra.

Thomas Mann dijo de él, que su mayor valor consistía en
su sentir del mundo lleno de presentimientos, poéticamente oscuros.

Miriam Dauster (poetryandmore)
Madrid, junio de 2009


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