¿Malos Tiempos para la Lírica? Puede...

Golpes Bajos
ya nos advirtió de ello con esa fabulosa canción que siempre formará parte de nuestra mejor herencia musical. También el poeta Bertolt Brecht, cuyo lúcido poema Schlechte Zeit für Lyrik (Malos Tiempos para la Lírica) reflexionaba -cien años atrás- sobre cómo él y su entorno vivían cada vez más acorralados...
Pero ¿y hoy? ¿Acaso no estamos ahora -igual que entonces- cada vez más cercados en demasiados aspectos? Y con respecto a la Literatura ¿realmente nos quieren hacer creer que su capacidad de nombrar lo inombrable del modo más conciso resulta innecesaria? ¿O no resulta escandaloso cómo se margina a la Lírica en particular, cuya incisiva sagacidad puede despertar la capacidad crítica de quién la lee?
Bajo el endeble argumento de que la lírica no merece ser fomentada porque no produce suficientes lectores..., se contrapone la evidencia de que precisamente la Lírica Clásica, incluso en esta mercantilizada civilización, sigue siendo capaz de remover nuestras conciencias y de educar nuestra reflexión hasta el punto de llevarnos a (re)plantear algunos de nuestros enquistados comportamientos. De modo que, por mucho que quieran silenciar la importancia del Arte, de la Cultura, de la Filosofía, de la Literatura en general o de la lírica en particular... ¡No deberíamos olvidar cuánto pueden apuntalar nuestra sociedad!
Y ésta es la razón por la que existe este blog: para reivindicar su importancia y contribuir a su divulgación.

Miriam Dauster (poetryandmore)


La luminosa ironía de un poeta perdido en la oscuridad

Prólogo para Ewald Tragy  (R. M. Rilke)

Ewald Tragy puede considerase un homenaje a la importancia de cobijarse en el lado bello de la vida de un poeta errante que jamás encontró ese refugio.

Si difícil resulta resumir la biografía de Rilke, mucho más sintetizar el complejo perfil literario del poeta europeo en lengua alemana más importante del siglo XX, cuya obra supone un punto de inflexión en nuestra concepción de la poesía. Él, quizás más que ningún otro, encarna al yo lírico que contrae consigo mismo el compromiso de intentar entender su propia existencia, empeñándose en no obviar ningún matiz de la realidad por más que ésta le cause dolor, y sin avergonzarse de proclamar su queja ni su desánimo por la desnaturalización del mundo. Rilke simboliza al poeta de lo nunca antes formulado, al que necesita mostrar las trazas de lo invisible a través de lo visible y viceversa, hasta sus últimas consecuencias. Pues su vida resultó una inquebrantable entrega a una devastadora pasión poética que le presentó exigencias propias, frente a las que, por ejemplo, rechazó una terapia de psicoanálisis por considerar que los demonios sólo resultaban molestos en su manifestación burguesa y que, si uno los expulsaba, corría el riesgo de perder también sus ángeles. Y ese coraje lo pagó caro, pues ni siquiera el temprano reconocimiento a su talento literario mitigó jamás su desgarrador sufrimiento físico y espiritual.
Pero aquí no se pretende abordar, una vez más, su magnífico legado lírico, sino más bien reivindicar esa luminosa narrativa que nos acerca a ese Rilke que —incluso en su madurez y pese a su devastador sufrimiento— persistió en la idea de que ‘sobreponerse es todo’. Así, lo más sugestivo de este relato de juventud es poder acercarse a él prescindiendo de interpretaciones metafísicas, antropológicas o religiosas (en la línea de lo propuesto por J. M. Valverde o F. B. Cañete —y si eso es posible en Rilke—), e intentar apreciar, por encima de todo, lo ‘puramente literario’. Pues en esta traducción al castellano prima la aspiración de dar a conocer esa parte de su prosa que parece rescatar al Rilke excesivamente ahogado por el gran mito que siempre será; ésa que nos muestra al poeta como un joven muchacho que necesitó escribir Ewald Tragy; ya que una de las singularidades de esta obra autobiográfica que juega con lo real, y por encima del incisivo retrato del burgués medio o del desconcierto de un joven que busca su camino…, —a mi juicio— es, sin duda, la enorme capacidad literaria de Rilke para llevarnos a las dimensiones más recónditas de lo que supone la soledad (la que él sufrió en la infancia y que se apoderó de su madurez) y que el poeta, lejos de reducirla a lo incomprensible o al rencor, la dota de ironía, de belleza e, incluso, de una calidez (admirable) con la que se nos muestra la adoración de un hijo por su padre a pesar de saberle fracasado en su vida profesional, conyugal y en la relación entre ambos.
René Karl Wilhelm Johann Josef María Rilke nació en 1875 en Praga, una ciudad que siempre le produjo un sentimiento ambivalente. De hecho, su trayectoria vital y literaria estuvo caracterizada por un profundo desarraigo para con sus orígenes lo que le llevó a cambiar de residencia, ciudad y país, más de un centenar de veces antes de refugiarse definitivamente en el silencio del torreón suizo de Muzot [1] pues según leemos en Ewald Tragy: “Sus versos están enfermos y en su presencia no debe hablarse a gritos”.
Rilke siempre detestó a su madre, Sophie “Phia” (1851-1931), como queda patente en la demoledora carta escrita desde Roma, el 15 de abril de 1904, mientras ella está allí de visita. Durante la infancia del poeta ésta cometió monstruosidades tales como vestirle de niña hasta los seis años (a partir de la muerte de la hermanita de Rilke); y en la adolescencia y madurez del joven, no mejoró mucho —según el propio poeta— por ejemplo, por su vacuidad o beatitud hipócrita al convertirse al cristianismo para eludir el antisemitismo. A su padre, en cambio, lo adoró siempre. Josef Rilke (1838-1906) vio truncada su prometedora carrera militar por una enfermedad quedándose como simple oficial ferroviario, lo que contribuyó a la separación del matrimonio en 1884, pues eso sesgó la aspiración materna de ascender socialmente. Estos hechos, sin embargo, no influyeron en el gran respeto y afecto que sentía Rilke por su padre, que le consideraba un hombre noble y bondadoso a pesar de sus limitaciones afectivas, de su rigidez o de su incomprensión por la vocación literaria de su hijo, en la que el padre vio poco más que un futuro incierto. Así, cuando Rilke vuelve a Praga con dieciséis años, después de haber estado en la Academia Militar [2] impuesta por su padre, su madre vive ya en Viena y su padre, aunque en Praga, carece de toda posibilidad de acogerle ni pagarle los estudios, por lo que el poeta se ve obligado a aceptar la caridad de sus parientes. Todas estas amargas circunstancias aparecen en Ewald Tragy donde se deja entrever el trasfondo de su personalidad, ya entonces, fuertemente marcada por las inseguridades (la económica, la de ser autodidacta [3] o la de considerarse un provinciano cuyas pretensiones nobiliarias le llevan, incluso, a grabar en su tumba un escudo de armas inventado…). Pero encima de todo ello, en la primera parte del relato, destaca una enérgica entereza para no dejarse arrastrar por la amargura, describiéndose a él y a su entorno con una exquisita ironía; y en la segunda parte, a través de una precoz lucidez para con su propio sufrimiento, se anuncia lo que más tarde se convertirá en su intransferible universo de simbología poética.
Resulta imposible determinar si la hipersensibilidad de Rilke era un rasgo suyo ya innato o se gestó a partir de los muchos traumas que tuvo que padecer en ‘aquella larga y desoladora violencia cometida contra su infancia’ especialmente marcada por la falta de afecto de sus padres. Existen testimonios del propio Rilke, donde menciona su intención de escribir una serie de relatos —en la que iba incluir Ewald Tragy— para elaborar algunas de esas espeluznantes experiencias, como por ejemplo, el ‘abecedario de horrores’ sufrido en la Academia Militar [4]; aunque finalmente no lo llevó a cabo, por lo que Ewald Tragy quedó inédito durante toda su vida y, aunque su carácter autobiográfico lo sitúa a alrededor de 1898, lo cierto es que se encontró sin fechar, sin título (decidiéndose utilizar el nombre del protagonista para ese fin; cuyo apellido —en mi opinión— remite a Tragödie) y publicándose por primera vez en 1927, un año después de su muerte. Con este manuscrito —que se presupone inacabado— Rilke dejó un nítido testimonio sobre los inicios de su perfil vital y literario, y que supone el contrapunto a su otro relato semi-autobiográfico concluido en su madurez: Die Aufzeichnunungen des Malte Laurids Brigge (1910).
Otro aspecto que cabe señalar de Ewald Tragy es su distintivo modo de presentar el discurso. Muchas veces se ha relacionado a Rilke con la música, analogía que aquí aparece también implícita a través de un entramado vaivén de frases que, si lo circunscribimos a la narrativa, puede llegar a parecer a-rítmico, pero no si lo relacionamos a la estructuración lírica. Por otro lado, destaca el peculiar juego del narrador en tercera que en su manejo de las distancias nos permite ser cómplices de un profundo nivel de intimidad del protagonista, aunque siempre haciéndonos conscientes de que alberga mucho más de lo que podemos llegar a percibir en esta, su primera gran aventura: la de un joven Rilke que decide alejarse de la Praga provinciana que le está asfixiando para (con veintiún años, frente a los dieciocho de Ewald) trasladarse a Munich, entonces centro de la vida cultural y literaria alemana con lo que, de paso, intentará emanciparse de su familia. Allí, el poeta conoce a Wilhelm von Scholz (von Kranz, en el relato) y antítesis de su admirado J. Wassermann (Thalmann, en el relato) con el que mantendrá una gran amistad en la vida real y al que le debe —según deja por escrito él propio Rilke— haber aprendido a escoger sus primeras lecturas (p.e., Jacobsen); o el haberle presentado en 1897 a la mujer de su vida: Lou Andreas-Salomé (1861-1937) que compensará, en parte, las deficiencias maternas, siendo su amiga, amante, mentora y confidente durante el resto de su vida; y la que le cambiará el nombre de René por el de Rainer con el que se quedaría de por vida. Con ella viajó a Berlín y conoció Rusia donde inicia Das Stunden-Buch (1905), y donde se hace patente aquello de que:
Las personas le sostuvieron económicamente, pero los únicos que consiguieron apuntalar su alma fueron los paisajes.
Cuando la pareja se separa, Rilke se traslada al norte de Alemania y en 1901 se casa con la escultora Clara Westhoff, con la que tiene una hija (Ruth, 1901-1972) que es entregada a los abuelos maternos cuando el matrimonio se separa en 1902. Y es, en torno a sus experiencias en Westerwerde, cuando Rilke ultima la segunda parte de Ewald Tragy.
Tras numerosos viajes (entre ellos a España), el 11 de junio 1919 se traslada a Suiza, donde vivirá un aislamiento casi inhumano, tal y como puede leerse en Ewald Tragy
Él de un lado, y el resto del mundo en el otro. 
Y así, en la máxima soledad, muere de leucemia en 1926.                     

Miriam Dauster (poetryandmore)
Madrid, enero de 2010
                                                  


[1] Decisión similar a la de Robert Walser, que también pasó de un incesante ir y venir, a cobijarse en una clínica psiquiátrica en Herisau, Suiza.
[2] Hechos éstos (la hermanita fallecida, la incomprensión de unos padres autoritarios, la estancia en la Academia Militar…) que, de forma asombrosamente idéntica, vivió Robert Musil (1880-1942) y al que, sin embargo, jamás llegó a conocer.
[3] Frente a algunos de sus contemporáneos como Stefan George (1868-1933) o Hugo von Hofmannstahl (1874-1929) que sí gozaron de una sólida educación.
[4] Como sí llegaría a hacer Musil con Die Verwirrungen des Zoglings Törless en 1906.

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