En estos tiempos, uno ya no puede siquiera hojear las sección más ociosa de un periódico sin sufrir un sobresalto, sin toparse con un titular tan inquietante como el de: "Vender silencio: Contra multitarea, reflexión, contra ruido, silencio. Frente a miles, millones de aplicaciones para hacer de todo y gratis, Ommwriter hace la nada, la soledad, el silencio y los vende".
Según parece, Ommwriter es un programa que recrea la nada... para ofrecernos silencio, aislamiento.... Y sus inventores, Rafa Soto y Marzban Cooper nos explican que nada más probarlo en la red: "La sorpresa fue que, sin mover un dedo en promoción, se descargó 125.000 veces, a la vez que comenzaron a llegar agradecidos mensajes de escritores frustrados que gracias a Ommwriter habían recuperado la inspiración con la tecnología".
¿Desde cuándo necesitamos comprar la nada?
¿Es éste el futuro que nos espera?
¿O acaso es un presente que viene para quedarse?
¿O acaso es un presente que viene para quedarse?
Nada en contra de estos avispados inventores (e inversores) y emprendedores (y empresarios)... Pero yo insisto en reivindicar el silencio no mercantilizado. Ese tipo de silencio que, por ejemplo, nos aguarda en los repliegues de la Literatura; algunos insondables… como los de R. M. Rilke:
“LOS OYENTES”
Con la primavera siguiente (triste y fría),
un jinete mensajero del Barón de Pirovano
entró lentamente en Lagenau.
Allí vio llorar a una anciana.
Si uno se detiene en algunas de las novedades que nos trae el progreso -como Ommwriter- resulta inevitable preguntarse: cuántos somos los que aún disfrutamos de los silencios que proporciona la literatura… o cúantos quisieran aprender a oírlos si supieran cómo…
“LOS OYENTES”
“¿Hay alguien ahí?” preguntó el Viajero,
Golpeando la puerta iluminada por la luna;
Y su caballo en medio del silencio, mordisqueó el pasto
Del suelo del bosque, rico en helechos;
Y un pájaro salió volando del torreón
Por arriba de la cabeza del Viajero;
Y el golpeó nuevamente a la puerta, una segunda vez;
“¿Hay alguien ahí?”, preguntó
Pero nadie bajó hacia el Viajero;
Ninguna cabeza se asomó por entre las hojas
Para mirarlo en sus ojos grises,
Mientras él permanecía en el umbral perplejo e inmóvil.
Sólo una hueste de oyentes espectrales
Que entonces moraba en la casa solitaria
Se quedó escuchando en la quietud lunar
Esa voz procedente del mundo inhumano;
Se quedó estrujando los débiles destellos en la oscura escalera
Que desciende al vestíbulo desierto,
Prestando atención en un aire agitado y conmovido
Por la llamada del Viajero solitario.
Y él sintió en su corazón que había seres extraños
Cuya quietud respondía a sus gritos.
Mientras el caballo se movía, paciendo en la hierba oscura,
Bajo un firmamento cubierto de estrellas, visto entre hojas;
Pues de repente sacudió la puerta con más fuerza
Todavía, y levantó la cabeza:
“Decidles que vine y que nadie respondió,
Que cumplí con mi palabra” —dijo entonces.
Ni el más mínimo movimiento
hicieron mientras tanto los oyentes,
Por más que con cada palabra que él pronunciaba
Iba haciendo eco a través de las sombras de la casa silenciosa
Eco del único hombre que quedaba despierto;
¡Ay! Ellos oyeron su pie sobre el estribo
Y el ruido del hierro sobre la piedra
Y cómo el silencio resurgió suavemente
Cuando los cascos dejaron de oírse entre la hierba.
Poema de Walter La Mare
Poema de Walter La Mare
(poetryandmore)